El mercado de trabajo está cambiando al ritmo del avance científico y tecnológico. Y lo está haciendo como nunca antes en la historia humana. El conocimiento es ahora tan vasto y evoluciona a tal velocidad, que ya no es posible decir, en un momento dado, que se conoce todo lo que se precisa conocer.
Hoy importa bastante menos ser una persona “instruida” que alguien que aprende bien y con rapidez. Ya no se trata de estar “actualizado”, más bien de tener una mente flexible, abierta a todo y sin ningún tipo de ataduras.
El conocimiento estructurado, típico de los profesionales que han gobernado las tecnocracias de los últimos cien años, ya no aplica en la dinámica laboral vigente. La propia experiencia es ahora un conjunto de capítulos incapaz de formar un texto coherente.
Se puede conocer algo muy bien y tener vasta experiencia en lo mismo, pero ¿cuánto tiempo tiene eso valor? Hace escasos 15 años no existían teléfonos inteligentes ni mensajería electrónica instantánea. El teletrabajo era un concepto de ciencia ficción y las monedas virtuales un pensamiento trasnochado.
No es que el mundo ha cambiado, la realidad misma es solo un mundo de cambios.
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Por lo tanto, no es extraño que las exigencias del mercado de trabajo actual se ajusten mejor a quienes dominan, interpretan y aplican conceptos en lugar de conocer a profundidad alguna técnica. Y la razón es simple: los conceptos cambian con mucha más lentitud que las técnicas.
En realidad los conceptos condicionan las técnicas, y a diferencia de éstas, pocas veces pueden considerarse obsoletos o “desactualizados”.
Ahora bien, la capacidad de integrar conceptos con las técnicas necesarias para activarlos, demanda habilidades específicas, porque de otra forma no dejarían de ser solo un marco teórico.
Por esto mismo, triunfar en la vida demanda hoy algo no muy valorado: la disposición de “desaprender” y aprender constantemente. Lo primero como respuesta a la evolución de las cosas y lo segundo como requisito de coherencia y efectividad del trabajo.
Esa era la tarea de los aprendices antes que emergieran los condicionamientos de la Revolución Industrial. Se interiorizaban de la práctica de un oficio referenciándose en las orientaciones de un experto y las necesidades que existían. Hacían exactamente lo que sugiere su título: aprendían. Eso es lo que se esperaba de ellos, y pare de contar.
Los contextos obviamente cambian, y el mercado de trabajo no puede remitirse ahora a maestros y alumnos, o expertos y aprendices. Hoy el propio mercado, y todos sus condicionamientos socio económicos, constituyen los maestros de quienes se debe aprender.
Ya no existen los expertos en el sentido histórico, aunque parezca atrevido decirlo, puesto que ya nadie puede arrogarse profundo conocimiento de nada (posiblemente a excepción de Google). La velocidad y complejidad de los cambios hace imposible esta tarea.
El profesional que se considera un producto acabado (por cualquier idea que tenga de sus conocimientos y experiencia), es en realidad un profesional acabado.
En la remota época que precedió a la Revolución Industrial, un aprendiz tenía ése estado hasta el momento que adquiría o superaba los conocimientos y habilidades del maestro. Luego, él mismo se convertía en maestro. Eso tampoco aplica hoy. El aprendizaje es una labor que se demanda de forma permanente. Nunca se llega a un punto en el que se pueda considerar la tarea concluida.
Y esto sucede también por una razón lógica en la dinámica actual: una vez que se ha aprendido lo necesario, es indispensable “desaprender” y empezar de nuevo. De esto se trata todo, al menos en lo relacionado con las técnicas y elementos funcionales necesarios para aplicar conceptos.
Si de algún oficio útil debiera hablarse hoy, posiblemente fuese del aprendiz profesional. Ése experto en aprender y con flexibilidad mental para no atarse a estructuras de conocimientos poco sincronizadas con el cambio.
Ahora bien, hay dos caras en esta medalla que exige aprendices y no profesionales en el mercado de trabajo. Por una parte, las organizaciones precisan de individuos que puedan adaptarse con facilidad a las exigencias del entorno. Y por otra, los profesionales que no se fundamenten en la capacidad de aprender permanentemente, no estarán habilitados para operar fácilmente en más de una Organización, o con muchas de ellas de forma simultánea.
Cada Organización tiene sus particularidades (a esto responde el propio concepto de Negocio), y se orienta a asimilar al trabajador en su forma de entender y hacer las cosas. En la medida que esto sucede mucho tiempo, el individuo concluye conociendo (y desenvolviéndose) en una realidad específica, inhabilitándose para hacerlo apropiadamente en otra.
Éste es el motivo por el que muchos profesionales no son considerados benignamente cuando aplican a nuevos trabajos. Se piensa que son menos flexibles para entender y adaptarse a nuevas realidades. Ése es uno de los problemas de privilegiar el conocimiento sobre el hecho de aprender siempre.
Por otra parte, ¿esto quiere decir que los profesionales carecen de sentido y utilidad?
De ninguna forma. Lo profesional debe entenderse como un verbo, no un sustantivo. En el primer caso se trata de una acción, en el segundo de un estado. Hacer las cosas de manera profesional es distinto a sentirse un profesional por efecto de lo que se conoce. El primero tiene determinada ética de trabajo, el segundo un sentido específico del ser.
Tampoco se debe confundir a un aprendiz con un “amateur”, aunque honestamente este último calificativo tampoco disgusta en la apreciación de las realidades del trabajo en la actualidad. La referencia al aprendiz es funcional, es para alguien que esencialmente aprende o está aprendiendo. El “amateur” es un aficionado, alguien que practica el oficio sin gran conocimiento o experiencia.
En este sentido, un “amateur” que se esfuerce en aprender con profundidad lo que hace, podrá considerarse un aprendiz. Y esto, por lo visto, será más conveniente que denominarse un profesional.
En definitiva, la cualidad más importante en el mercado de trabajo es la capacidad de aprender permanentemente.
Esto mismo demostró con claridad el fenómeno de la pandemia mundial del año 2020. Ninguna estructura tiene raíces tan fuertes como para soportar la energía del cambio. Por eso, para triunfar en entornos dinámicos se debe poseer, necesariamente, flexibilidad de entendimiento y acción.
Si en algún momento le preocupó que lo llamaran aprendiz porque eso ofendía su sentido de valor profesional, piense las cosas de nuevo. En el curso del tiempo que se avizora, todos serán aprendices en el ejercicio de las labores que les corresponda hacer.
Aprendices, sí, con toda la humildad que ello involucra, y a mucho orgullo.
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