Por El Strategos
Imagen / Pexels / Polina Tankilevitch
Tomar decisiones es complejo, en general. Tomar decisiones difíciles debiera serlo mucho más, ¿o no?
La respuesta es no, aunque parezca extraño.
Hay un factor importante que establece la diferencia: el sentido de urgencia. La mayor parte de las decisiones difíciles no están asociadas a lo importante, más bien a lo urgente.
Es posible que las personas no reconozcan, en general, estas sutilezas, pero hacerlo permite hallar ventajas y beneficios. Decisiones se toman cada minuto, toda la vida, sobre asuntos de menor y mayor trascendencia. Pero algunas de ellas tienen el tiempo como factor imperativo.
Es correcto asumir que toda decisión se enfrenta siempre a consideraciones de tiempo. Pero cuando éste es imperativo surge el factor de urgencia, y allí se presentan las definiciones de alta dificultad.
¿Por qué es, en general, más sencillo tomar éstas decisiones? Fundamentalmente porque “cualquier” definición que se tome en esos casos es mejor que el estado de indecisión. El peor escenario en estas situaciones es no tomar una decisión.
Las que se podrían calificar como “decisiones importantes” tienen otro nivel de dificultad. Esencialmente porque pueden contar con el tiempo a favor, y en ése sentido están habilitados todos los recursos de análisis. El proceso de ponderar opciones y consecuencias en un tema importante es dificultoso, pero no en la lógica de aquellos que tienen un tiempo perentorio para ejecutarse.
La urgencia es el factor diferenciador entre decisiones importantes y difíciles.
¿Se puede entender que existen decisiones importantes que simultáneamente son urgentes?
Si éste es el caso, el factor de urgencia prevalece sobre lo demás, y se trata de una decisión difícil.
Este es un Decálogo que puede ayudar en el proceso de abordar estas resoluciones:
1.- Cualquier definición que se tome ante situaciones urgentes es MEJOR que no tomar decisión alguna. ¡Nunca dude de esto!
2.- Las decisiones difíciles no deben buscar resolver toda la problemática, solamente ganar el tiempo necesario para colocar la situación en márgenes donde aquel juegue a favor y no en contra.
3.- Las decisiones difíciles constituyen el inicio del tratamiento de una problemática, nunca el fin. No son determinantes. No concluyen ningún proceso. Más bien le dan apertura, lo inician. Una vez tomada la decisión compleja, el proceso de abordaje del problema comienza.
4.- Todas las decisiones difíciles son pequeñas, cortas, casi binarias: positivo o negativo, blanco o negro.
5.- Estas decisiones se toman siempre considerando el beneficio personal de corto plazo, nunca pensando en “el otro”. Bien se traten de determinaciones personales o institucionales. La salvaguarda del beneficio personal garantiza que existan etapas posteriores en que puedan abordarse los otros intereses involucrados.
6.- El parámetro de evaluación de una decisión difícil es UNA MEJORA. Nada más. Ninguna puede tomarse como definitiva. Solo permiten un incremento de las condiciones favorables para el trabajo a profundidad que comienza luego.
7.- Tomar decisiones difíciles posibilita que las cosas fluyan. Evita el estancamiento y la descomposición. Las cosas que fluyen siempre tienen energía que se puede aprovechar, cambian de estado.
8.- Debe evitarse en todo caso la negación. ¡Las cosas son como son! Hay que aceptarlo y tomar las decisiones que correspondan. ¡Lo que resistes, persiste!
9.- Para vencer el temor a tomar estas decisiones hay que entender lo siguiente: las definiciones, por muy complejo que sea tomarlas, habilitan tiempo y espacio para seguir tratando el tema luego. Con mayor consideración y esmero. En estos casos lo PEOR que puede pasar sucederá efectivamente por no tomar decisión alguna.
10.- Una persona resuelta es precisamente aquella que alcanza “resoluciones”. Esto no es nada más que la “acción de resolver”. De dar una respuesta a problemas, dificultades o dudas. Y usted puede estar seguro de una cosa: la vida premia siempre a las personas resueltas.
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