Por Muy Interesante
Imagen / Pexels / Simona Kidri?
Existe cierta simbiosis entre perros y niños, una relación bidireccional que beneficia a ambas partes
Después de la pandemia mundial de la COVID-19, una de las grandes afectadas ha sido la salud mental. Hemos sido víctimas de un suceso que ha afectado a nuestro bienestar emocional. Hemos visto de primera mano cómo no siempre disponemos de los suficientes recursos emocionales para hacer frente a tantas demandas del medio cambiante.
La infancia, ligada a la preadolescencia, es una etapa importante para nuestro desarrollo donde, interactuando con los demás y con el medio, aprendemos nuevas capacidades. Después de la pandemia, en los niños hemos podido observar grandes dificultades de comunicación, carencias de habilidades sociales, trastornos de ansiedad, mayores miedos e inseguridades, problemas de autoconcepto, baja autoestima y falta de motivación, aspectos que nos alertan de la importancia de centrar nuestra visión en los más pequeños.
Todas estas problemáticas de socialización y autorrealización afectan al crecimiento socioemocional en una de las etapas clave de la vida: la infancia. Mientras los adultos, con el tiempo, normalizamos que «aguantar» es ser fuerte emocionalmente y que «el tiempo todo lo cura», no todo es resistir a largo plazo a un suceso o a una problemática, sino el ser capaz de recuperarse emocionalmente y aprender habilidades desde pequeños, a esto lo llamamos resiliencia.
La resiliencia se aprende desde la infancia y se ha demostrado que los perros juegan un papel fundamental en el crecimiento emocional y el aprendizaje conductual de los niños.
¿Cómo contribuyen los perros en el desarrollo infantil?
En la etapa infantil aprendemos mucho en poco tiempo: andar, hablar, escribir, relacionarnos con los demás, entender el mundo que nos rodea y adquirir los primeros valores. En definitiva, es una etapa crucial y cada vez hay más estudios que demuestran que los perros suponen un refuerzo importante, ya que a través de la socialización con ellos se transmiten muchos aspectos clave para un desarrollo mental saludable. A continuación, se mencionan alguno de ellos:
Vínculo canino
En primer lugar, resulta importante destacar el apego, que es un vínculo afectivo innato que el niño construye con sus seres cercanos, lo que genera el primer aprendizaje de relación emocional. El tipo de apego que el niño forma en su infancia resulta de vital importancia, ya que en sus etapas posteriores se verá afectada su capacidad de comunicación, sus miedos, autoestima, autoconcepto e incluso la posible interpretación de su entorno.
Un apego seguro se forma a través de un apropiado ambiente en el que tener referentes y recursos donde aprender sanamente. El perro en este aspecto proporciona un vínculo de convivencia social con el que interactuar y fomentar seguridad, con lo que evita la sensación de rechazo, abandono o temor. De esta forma, el perro supone para el infante un «amigo fiel», transmitiéndole un instinto de protección que fomenta este apego saludable. En este aspecto, la Real Sociedad Canina de España (RSCE) en la actualidad destaca la importancia de los lazos perro-infante en la superación de circunstancias con gran carga emocional.
Formando equipo
Por otra parte, no hay que olvidar la capacidad lúdica de un perro y de la importancia del juego en la infancia. Mucho más allá del entretenimiento y la diversión, el juego es una herramienta de aprendizaje. A través del juego, los niños pueden experimentar emociones, sentimientos, problemáticas de la vida cotidiana en un entorno controlado y practicar sus primeras tácticas comunicativas. De esta forma, el niño siente que el perro no va a juzgar sus actuaciones o la forma de sentir, por lo que permite la libre expresión de sensaciones.
Además, al jugar con un perro se fomenta la coordinación, el sentimiento de equipo, el compañerismo y la cooperación. Continuando con este aspecto, también potencia la capacidad cognitiva, ya que estimulan la creatividad, la imaginación y, con ello, la capacidad resolutiva de problemas.
Desarrollando la inteligencia emocional
El perro babea, ladra, araña, corre, salta, olisquea, juega... por lo que supone un referente de sensaciones. Crecer emocionalmente junto a un perro permite experimentar las emociones básicas: la rabia, la pena, la alegría, el asco y el miedo, desarrollando así la inteligencia emocional desde edades tempranas. La inteligencia emocional es la capacidad de las personas de saber identificar emociones en unos mismos y en los demás, así como aprender alternativas de gestión de estas mismas.
El perro es un miembro más de la familia y lo que pueda transmitirle el niño lo incorporará como parte de su aprendizaje. Siguiendo con las emociones, el niño, al estar en contacto con otro ser vivo, aprende la empatía, es decir, ser capaz de ponerse en el lugar del otro y ser compasivo con los que le rodean.
Aprendizaje social con el peludo
Tener a tu cuidado otro ser permite al niño reforzar valores como el respeto, la amabilidad, la cordialidad y la humildad hacia los demás. Cabe incidir que estos valores no son transmitidos por el perro, sino que los cuidadores de referencia, a través del perro, transmiten ese aprendizaje con más facilidad, ya que el niño puede ver la conducta hacia el perro.
Asimismo, creando un vínculo emocional también fomentamos no solo el respeto a los animales, sino también a la naturaleza y a otros seres y destacamos la importancia de aquello que nos rodea y de cómo nuestra actuación deja huella. Ya en la Teoría de Bandura del Aprendizaje Social (1977) se destacaba la importancia de la facilidad con la que aprendemos la conducta, a través de la observación y la imitación desde pequeños. Al final, los niños son el espejo conductual de lo que les rodea, lo que ven es lo que aprenden.
También se puede observar una clara tendencia hacia la responsabilidad, al crecer junto a un perro, ya que permite reconocer la importancia de unos límites. Los límites son normativas que aprendemos desde la infancia, no son prohibiciones, sino la capacidad de saber decir «no» y diferenciar cuándo una actuación puede tener consecuencias fatales para nuestro bienestar. A través del perro, estos límites se inculcan con directrices de acto-consecuencia y el enseñar al niño a seguir instrucciones para evitar la frustración al no. ¿Cuántas veces un niño ha tenido una rabieta porque no ha obtenido lo que quería? Los límites enseñan que no siempre podremos tener lo que queremos, aunque lo pidamos.
En este aspecto, ya se incorporan perros en terapias con niños con trastorno del espectro autista (TEA) y aquellos con déficit de atención e hiperactividad (TDAH), ya que les ayudan a gestionar mejor los tiempos y a aumentar su tolerancia a muchas situaciones sociales, estableciendo pautas.
Facilitando así su interacción social frente a los problemas de comunicación, evitación, falta de empatía, movimientos repetitivos, etc. En cuanto a la generación de actividad, el perro permite crear rutinas, nuevos hábitos e incorporar el deporte y la actividad física, trasladando al infante la importancia de los tiempos en la rutina de la semana y la actividad al aire libre.
Por supuesto, sin el perro también se crean rutinas y se establecen hábitos de convivencia. No obstante, con él es una responsabilidad que se incorpora con obligatoriedad para sus cuidados.
Profundizando en la salud física, un estudio de la Universidad de Alberta (Canadá, 2017) ratificó que el contacto de los niños a edades tempranas con perros es un estimulador del sistema inmunitario ante diferentes dolencias, generando una menor incidencia de alergias, al estar en contacto con diferentes microbios. Hay que recalcar que todavía quedan muchas incógnitas y muchas variables para aislar de cada una de las muestras, ya que el entorno y el tipo de implicación familiar en el perro influyen considerablemente tanto los resultados emocionales como los fisiológicos.
Un perro no es la panacea
Para concluir y ligado a lo mencionado anteriormente, es posible que después de leer este artículo se quiera fomentar crecer junto a un perro. No les culpo, los resultados son muy satisfactorios, pero no surgen de la nada. La convivencia con un perro no es causa-efecto, se necesita tener en cuenta muchos factores.
Uno de ellos y de vital importancia es el tipo de relación perro-infante. No hay que olvidar que el perro es un ser vivo; no es un objeto, ni es un juguete, ni es una medicina, por lo que no es la solución a los problemas de la infancia. Hay que tener en cuenta que transmitir el valor del perro como ser vivo y no solo como un juego es de vital importancia. De esta forma, el tipo de relación que se forme entre el niño y el perro condicionará su estilo de aprendizaje. Además, relacionado con el apego, para formar un buen vínculo, el perro tiene que convivir con la familia, no estar en una segunda residencia ni en un lugar apartado del núcleo familiar.
Sin embargo, resulta destacable la educación y la disciplina del perro en el entorno familiar, es decir, qué tipo de cuidados recibe a diario, si se ha incorporado una rutina establecida para sus necesidades, si tiene unos límites bien marcados o si su disciplina es positiva.
Puesto que no solo son las responsabilidades alimentarias y de salud física, sino también proporcionar una adecuada salud mental y un aprendizaje básico para tener unos buenos hábitos.
Además, es importante valorar características como la estructuración familiar. La forma en la que están divididos los cuidados del perro dentro de los miembros, si el niño tiene también hermanos y de cómo es la relación social con los miembros de la familia, cómo es el vínculo padres-hijo y otros aspectos relacionados con el entorno familiar. Querer un perro no exime de otras responsabilidades emocionales y es importante saber que hay que tener los recursos necesarios para su cuidado.
No todo el mundo puede permitirse tener una mascota, por ello, no podemos considerarla un capricho.
En la actualidad, existe la posibilidad de probar la convivencia con un perro a través de la protectora de animales antes de tener uno a nuestro cuidado. No es solo un agente activo, también necesita de nosotros, ya que no es solo lo que puede aportar a los niños, sino todo lo que nosotros también le podemos aportar para su crecimiento y aprendizaje. Gracias a nosotros, el perro aprende a convivir en compañía y en sociedad. De modo que la relación perro-infante se basa en una simbiosis en la que se comparten conocimientos.
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