Comunicación estratégica: habla bajo, despacio y poco

Comunicación estratégica: habla bajo, despacio y poco

Fuente:EMPRENDICES,24/04/2023 04:00 pm



Por Carlos Nava Condarco


Para el Pingüino Amarillo la comunicación estratégica es ésa en la que se logra emitir y recibir favorablemente lo que se desea. Hay diferencia entre este tipo de comunicación y otras. Y precisamente la distinción es aquella que caracteriza en todo a la Estrategia: la obtención de ventajas competitivas.


Saber escuchar es, posiblemente, la mejor forma de establecer una ventaja en la comunicación interpersonal y colectiva. Pero tener la capacidad de decir apropiadamente lo que se quiere, es el complemento indispensable.


Con mucha cacofonía y propiedad lo decía el célebre John Wayne: “speak low, speak slow and don’t say much” (habla bajo, habla despacio y no digas demasiado).



Para el pensador estratégico pocas cosas son tan importantes como una buena comunicación. Ella es el punto de inicio de ése circuito que se necesita controlar: acto-pensamiento-emoción-acción. Las palabras son fundamentales porque son el acto que genera la reacción que se busca.


Si algo dicho puede producir efectos en cadena, cuánto más el conjunto que forma un mensaje o una conversación. Controlar eficazmente esto es tremendamente complejo.


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¿Cuál es entonces la solución efectiva?


Sencillo: hablar bajo, despacio y poco. Esta es la lógica de la comunicación estratégica.


Hablar bajo es hacerlo con poco volumen, sin elevar la voz. Ciertamente el desenvolvimiento de la alocución podrá hacer propicio el énfasis de ciertas cosas, pero en general la comunicación debe realizarse en voz baja.


Hay un motivo práctico para esto: se consigue mayor atención y enfoque de quién escucha. Es simple, como todo lo que busca la Estrategia.


A mayor atención, mejor comprensión.


Puede suponerse en algún caso que una alocución con alto volumen en la voz puede conseguir igualmente atención de quién escucha. Pero hay una diferencia sustancial. La voz alta incomoda, intimida y puede provocar molestia. Y si nada de esto se encuentra entre los objetivos del pensador estratégico, entonces no aplica para bien.


La voz baja genera mejor ambiente, promueve comodidad y confianza. En ciertas ocasiones puede incluso transmitir una sensación de intimidad que disminuye el ruido y la resistencia. Todo esto es terreno fértil para quién desea establecer algo con claridad y precisión.


Por otra parte, hablar bajo es un acto que distingue a la persona dueña de sí misma y debe convertirse en un hábito. Las emociones pueden traicionar en cualquier momento, y nada hay más propicio para eso que una discusión. Y para buen entendedor, queda explicito que toda discusión está sazonada por interacciones en voz alta y gritos.


Para la comunicación estratégica, hablar bajo ayuda a construir el “control de la situación” que tan preciada es para el que busca obtener una ventaja competitiva.


Ahora bien, hablar bajo debe acompañarse con hacerlo lentamente. Esto otorga esteroides a la fórmula y maximiza los efectos positivos.


Cuando se habla despacio se cometen menos errores, se evitan los accidentes verbales y se asocia de mejor forma el pensamiento con la lengua. Atropellar a alguien con palabras no solo es de mal gusto, también constituye un gasto de energía y conlleva riesgos innecesarios.


El que habla demasiado se expone, y el que lo hace con rapidez, se expone rápidamente.


Un argumento es un conjunto de ideas y premisas que se exteriorizan por medio de palabras hilvanadas. Y ellas tienen campo fértil cuando el “timing” juega a favor y no en contra. Quién habla despacio “engrana” mejor los eslabones y fluye con más comodidad.


Cuando se habla bajo y despacio, la atención del interlocutor se incrementa doblemente. Luego todo lo demás forma parte de la calidad del mensaje que se desea transmitir. En la comunicación estratégica la forma vale tanto como el fondo, porque aquella es frecuentemente responsable del fracaso en la exposición de éste.


Hablar bajo y despacio nada tiene que ver con murmullos o susurros, puesto que la persona segura de sí misma y de lo que quiere decir, no necesita otra cosa. La seguridad, confianza e incluso la prestancia, están mejor representadas en el lenguaje sereno y pausado. Éste siempre tiene mayor probabilidad de ganar un argumento, entre otras cosas porque yerra menos.


Y por último, hablar poco. Esto completa y perfecciona la comunicación estratégica.


Siempre es mejor quedar en deuda respecto a lo que se expresa que convertirse en deudor de lo que se dijo. Hablar poco cuesta menos que hacerlo en demasía.


Muchos asocian la claridad de los mensajes con el volumen de las palabras. Pero pocas veces esto es cierto. Así como el énfasis en un editor de texto queda establecido con “negrillas o cursivas”, así también se establece mejor en un diálogo con repeticiones sutiles o entonaciones. No es necesario hablar más de la cuenta.


El pensador estratégico nunca es evidente en sus actos. Se asegura siempre de ser quien “cierra la puerta” luego que todos han entrado o salido. De esta manera consigue prevalecer sobre otros. Y un aliado valioso en este empeño, es decir poco y dejar pensando a los demás.


Las palabras son, para el Pingüino Amarillo, semillas que siembra en sus interlocutores. Su intención es que de ellas brote lo que desea, poco a poco, sin intromisiones o derroches de energía. Y esto no se consigue echándolas a diestra y siniestra, más bien con cuidado y puntillosamente, en cada uno de los surcos que se han trabajado en la mente de los demás.


Quién habla poco recuerda mejor lo que dijo, y esta es otra forma de construir progresivamente los argumentos, evitando errores y malentendidos.


¡No tenga temor de no ser suficientemente claro por no extenderse con la dialéctica! La claridad de los argumentos es muy parecida a la luz del día, no dura solo un momento, siempre hay más tiempo que se puede aprovechar. Y tampoco lo olvide: es más sencillo agregar que quitar. Esta es una máxima inmutable de la comunicación estratégica y del arte que representan las palabras.


Abraham Lincoln fue uno de los líderes que mejor cultivó el arte de comunicarse con los demás. Su dominio del lenguaje nos llega desde su remoto tiempo hasta la actualidad. Y con respecto al posible riesgo de ser austero con las palabras bien dijo lo siguiente: “mejor es callar y que sospechen de tu sabiduría que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello”.


Tampoco olvide a John Wayne: “speak low, speak slow and don´t say much”. Hable bajo, despacio y poco. De eso se trata la comunicación estratégica.


 

 



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