Carlos Nava Condarco
Las personas que alcanzan las metas que se proponen no son necesariamente las que conquistan la aceptación de los demás, son aquellas que saben procesar adecuadamente el rechazo y forjan su carácter. La adversidad es la prueba que otorga certificado de calidad a los individuos.
Theodore Roosevelt decía:
“El muchacho que será un gran hombre no debe edificar una mentalidad orientada a superar mil obstáculos, más bien una que le permita vencer mil rechazos y derrotas”.
No es que la vida se encuentre llena de retos y desafíos, en realidad, ella en sí es una historia de conquistas. Toda bendición y beneficio le debe ser arrebatada. Nada, aparte del hecho mismo de existir, llega como un regalo. Luego, ¿cómo puede explicarse que el éxito construya el carácter? Es todo lo contrario: la victoria sobre el rechazo y la derrota define la calidad de las personas.
Vencer obstáculos es una cosa, entender, procesar y superar el rechazo o la derrota es otra completamente distinta. Porque en este caso debe asumirse que el obstáculo no pudo ser superado y la victoria aguarda en otra jornada.
La sabiduría consiste en entender y aceptar las cosas tal como son, no necesariamente como se quisiera que sean. Y el coraje es el estado que permite actuar apropiadamente en consideración de lo anterior. Cuando sabiduría y coraje se juntan para procesar el rechazo y la derrota, se inicia la conquista de lo que se pretende.
Es sencillo interactuar con la victoria, pero hace falta sabiduría y coraje para aceptar la derrota y actuar de manera que el éxito se alcance luego. Y si esto es así, queda claro que quienes triunfan son los seres cuyas virtudes han sido refinadas en la adversidad.
El rechazo duele, por supuesto, pero es una invitación que la vida tiende para el crecimiento. Una convocatoria a la evolución. Si la historia de las personas fuese una suma de consentimientos, éste sería un mundo de niños emocionales, incapaces de interactuar con la realidad. ¡Todo crecimiento llega aparejado de dolor!, pero es necesario para que se adquieran las facultades que la vida demanda.
Todos aquellos que pierden preciosa energía y tiempo “rechazando el rechazo” y doliéndose de la derrota, no solo viven fuera de la realidad, también se debilitan y concluyen siendo presas dóciles del devenir de las cosas y de los demás.
Porque hay que ser honestos en este sentido. Por mucho que se enarbolen banderas de la aspiración que hay por un mundo más inclusivo y solidario, la vida misma se encarga de establecer cargos sobre el individuo débil de carácter. Mucha promesa existe para el desafortunado en algún ámbito en particular, pero ninguna para el incapaz de bregar con el rechazo y la derrota.
Si no existiera el rechazo ¿qué valor tendría la aceptación? Y si el triunfo fuera abundante, ¿cuál sería su precio? Es completamente apropiado que lo bueno sea una excepción, y lo malo un peaje por pagarse para llegar a la victoria.
¡Acepte cualquier tipo de rechazo con buen ánimo, procéselo con ecuanimidad! No se trata de mala fortuna o alguna maldición. Es solo la vida expresándose tal como es. Todos los seres humanos que pueblan el planeta lo experimentan. La forma en que lo procesan es la que los califica y distingue.
Si el rechazo o la derrota obedecen a errores o pecados propios, pues bien, esto sirve para acumular experiencia y hacer un mejor viaje. Y si obedecen al arbitrio de los demás, igualmente bien, porque ayudan a identificar los senderos que deben y no deben tomarse.
El hombre sensato no es indiferente con ése aviso del ordenador que le advierte que el archivo que va a borrar no podrá ser recuperado. Es una alerta que toma en cuenta y agradece. Como alerta, es un rechazo a sus disposiciones iniciales, pero la toma en cuenta con buen ánimo. Es igual con otros rechazos y fracasos en la vida. Son alertas para evaluar el curso que se está tomando.
Si corrige las cosas, el obstáculo será superado, si reniega del rechazo o la derrota, el obstáculo habrá vencido.
La mente humana es compleja, pero totalmente justa. Sus triquiñuelas ante el rechazo o el fracaso son tan dolorosas que pueden doblegar al más pintado, pero son por otra parte manifestaciones que aspiran al bien-estar. El estrés es una respuesta biológica ante las amenazas. Sin él no hubiera sobrevivido la especie. Su gestión en estos tiempos en que ya no existe el tigre, es otra cosa.
Edificar un estado emocional y psicológico que otorgue competencia para surcar las aguas turbulentas de la vida es una imperativa necesidad para cada individuo, pero de aquí a desconocer la omnipresencia y utilidad del rechazo y el fracaso es otra. Lo primero es inteligente, lo segundo una temeraria ingenuidad.
En muchas y distintas formas, todos serán rechazados múltiples veces, en realidad tantas como ambiciosa sea su caminata. Cuantas más aspiraciones tengan, proporcionales serán las frustraciones y fracasos. Hay un solo individuo que no sufrirá, aquél que no haga nada. Éste no perderá nunca, pero es el único al que podrá calificarse como perdedor.
Bien lo decía Roosevelt, el gran hombre (que nada tiene que ver con el género), debe poseer una mentalidad que le permita superar “mil” rechazos y derrotas. En tanto más sean éstas, mayor será él. Luego, ¿qué impide llegar a la grandeza?, simple: “el rechazo al rechazo”, el temor a la derrota. El afán de querer que las cosas sean siempre como uno quiere, y la cobardía para aceptar la realidad tal como es.
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