Por Carlos Nava Condarco
Un profesional sereno (por no decir una persona serena), tiene garantizado el éxito en lo que se proponga. No hay habilidad o destreza que pueda superar esta condición. La serenidad es indispensable para enfrentar con ventaja dificultades, tomar decisiones, liderar equipos de trabajo, ser productivo en las labores y vencer a los adversarios.
“La serenidad es la actitud o cualidad que permite a la persona mantener un temple sosegado y ecuánime, sin caer ni en la inquietud ni en la zozobra. Está muy relacionada con la paciencia y ambas con la fortaleza, virtud que ayuda a enfrentarse con las dificultades y superarlas”.
La serenidad reúne algunas de las condiciones más importantes para el desenvolvimiento profesional en cualquier ámbito: temple sosegado, ecuanimidad, paciencia y fortaleza.
Ahora bien, la serenidad es una competencia que se debe tener a nivel profesional, no una virtud. Efectivamente se convierte en virtud a medida que forma parte del carácter, pero como toda competencia, es algo que debe aprenderse y desarrollarse aunque las condiciones naturales no hayan sido favorables desde la cuna o educación temprana.
Se puede ser una persona más o menos serena en la vida privada, pero en el desenvolvimiento laboral es indispensable. Por esto mismo debe aprenderse y desarrollarse como cualquier habilidad técnica.
El siguiente es un pequeño análisis de los componentes básicos de la serenidad y su beneficio en la vida profesional:
Templanza.-
Esta es una cualidad humana que consiste en actuar o hablar de forma cautelosa y justa, con sobriedad, con moderación o continencia para evitar daños, dificultades e inconvenientes.
¡Actuar y hablar cautelosamente y con justicia!
En tanto las labores profesionales son eminentemente sociales, la capacidad de relacionarse adecuadamente con los demás es indispensable. Y cuando un profesional no actúa y habla cautelosamente reduce la sinergia que puede hallar en el trabajo colectivo.
Y en esto hay un asunto curioso. Porque hay un número mayor de profesionales que toman cuidado de sus actos que aquellos que cuidan su lengua. Hablar cautelosamente es una propiedad muy rara y de alto precio en el mundo laboral. Bien lo decía el apóstol Santiago: “…la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!”
Hablar cautelosamente conduce a la acción moderada y prudente, de manera más enfática que el hecho inverso. Puede actuarse con templanza, pero si no se habla con cautela y justicia, ello sirve poco.
La serenidad exige sobriedad en el verbo y la acción, demanda continencia para evitar daños, dificultades e inconvenientes. Puede existir un profesional que no reúna las competencias técnicas de los demás, pero si actúa con serenidad en todo lo que dice y hace, obtendrá finalmente mejores resultados que los otros.
Ecuanimidad, el estado que alcanza la serenidad.-
“La ecuanimidad es un estado de estabilidad y compostura psicológica que no se ve perturbado por la experiencia o exposición a emociones, dolor u otros fenómenos que pueden causar la pérdida del equilibrio de la mente”.
Si no se cuenta con estabilidad psicológica, ninguna competencia técnica tiene posibilidad de sostenerse en el tiempo. No hay aptitudes positivas que puedan prevalecer sobre actitudes desfavorables.
El entorno juega un papel preponderante en la vida profesional, y la mayoría de las veces no es ni favorable ni controlable. La exigencia, por lo tanto, es remitirse a los elementos sobre los que se puede ejercer control, y todos ellos forman parte del mundo interior.
La Estrategia demanda la práctica de respuestas y no reacciones en el comportamiento social del individuo, y esto representa el ejercicio pleno de ecuanimidad.
La realidad como tal es neutra, es el individuo quién interpone los juicios que la convierten en algo favorable o desfavorable para sus intereses. Si se tiene suficiente serenidad para evaluar las cosas de manera ecuánime, todo lo que sucede juega en beneficio.
El profesional ecuánime procesa favorablemente las emociones, el dolor y otros fenómenos que puedan causar inestabilidad en sus actitudes hacia el trabajo y los demás. Al hacerlo salvaguarda sus competencias técnicas y se distingue de los demás.
Ahora bien, es posible que no se pueda estar completamente sereno siempre, pero en todos los casos se debe proyectar un estado de serenidad. Esto involucra autocontrol y dominio de uno mismo, porque el volcán puede estar efectivamente activo, pero la erupción no debe ser evidente ante los demás. Esta es otra cualidad que se le demanda al pensador estratégico.
La famosa “poker face”, más allá de su sentido funcional, es una prueba concreta de serenidad. Posiblemente no refleja en todos los casos el carácter, pero se entronca en los beneficios de la ecuanimidad para ponderar los hechos.
Paciencia, el árbol en el que fructifica la serenidad.-
Poco hay por agregar respecto a ella. La serenidad no solo involucra paciencia, en realidad es un fruto de la misma. No hay persona paciente que no repose en los umbrales de la serenidad.
Sin paciencia los desafíos profesionales no pueden enfrentarse con efectividad. La turbulenta dinámica que caracteriza la vida contemporánea no se entiende y enfrenta sin ella. La necesaria tolerancia con las personas y hechos, solo puede alcanzar beneficio si se acompaña con paciencia.
Hay mucha distancia entre ser impaciente y convertirse en una persona paciente, y ése tránsito se consigue con serenidad. Así se manifiesta la doble vía que las vincula a ambas. Una persona puede tener naturaleza impaciente, pero en sus actos profesionales no la puede manifestar, porque termina superada por los eventos y por los demás.
Fortaleza.-
La “resiliencia” es producto de la fortaleza de carácter acompañada de serenidad. Sin ésta última, la primera puede ser sólida en periodos cortos de tiempo y expresarse en gestos impulsivos. La persona “resiliente” trasciende las coyunturas sin perder su esencia, y ello obedece a fortaleza y conducta sosegada.
Los personajes grandes de la historia han sido reconocidos muchas veces por su fortaleza al enfrentar la adversidad, pero en raras ocasiones se particulariza la serenidad que siempre ha precedido su encuentro con la tribulación. Prueba de esto se muestra en la bitácora de los eventos que manejó John F. Kennedy en la “Crisis de los Misiles” en octubre de 1962. Fortaleza interna, sí, pero ante todo serenidad para gestionar los hechos y mostrarse ante los demás.
Templanza, ecuanimidad, paciencia y fortaleza. De esos preciosos ingredientes está hecha la serenidad. Pero es mucho más que la suma de ellos, es un todo que excede la interacción simple de las partes. Con fortuna, es una virtud que se desarrolla en el hogar o en la educación temprana, pero en general es una competencia que debe edificarse en la madurez, especialmente en el ejercicio profesional.
La persona serena no solo vence en los complejos desafíos que plantea la vida profesional, también vive más años, y en este solo hecho se perfecciona su incomparable valor entre las competencias.
Serenidad para tomar decisiones. Para ponderar una visión. Calma y sosiego para liderar. Carácter templado para enfrentar la adversidad. Fortaleza para aceptar y enfrentar las pérdidas. Coraje ante la tribulación. ¡Ésta es la madera de los vencedores!
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