Escrito por Carlos Nava Condarco
Dicen que el sentido común no es nada menos que un hálito de sabiduría divina. Uno que se manifiesta sin condicionantes en todo intelecto humano. ¡Y así es! Todos los seres humanos poseen este consejero interno dotado de una sabiduría natural y siempre dispuesta. Un recurso confiable y poderoso, cuyo origen sigue siendo un bello misterio.
Todas las personas tienen sentido común, y seguramente en medidas similares (si es que ello puede medirse de alguna manera). Ésta orientación o “guía inercial” se posee desde temprana edad. Nadie lo enseña, nunca se produce algún tipo de inducción o capacitación. Es un recurso que simplemente emerge y crece entre las competencias de la razón, sin pautas, causas ni propósitos definidos.
El sentido común es la “capacidad para juzgar razonablemente las situaciones de la vida cotidiana y decidir con acierto”. Es básicamente esto. Sin embargo su alcance es trascendental, porque la capacidad de juzgar “razonablemente” las cosas de la vida cotidiana y decidir acertadamente, define el destino.
Póngase a pensar, ¿Qué debe entenderse por situaciones de la vida cotidiana? Ciertamente esto engloba casi todo.
Por otra parte, ¿Qué es capacidad de juzgar razonablemente? Pues bien, es una facultad del entendimiento humano por cuya virtud se puede distinguir entre lo bueno y malo, lo conveniente e inconveniente, lo verdadero y falso.
No es poco.
Y además, todo ello finalmente se orienta a posibilitar las “buenas decisiones”, a “decidir con acierto”, evitando el error y el equívoco.
Esto ya es mucho.
El sentido común es indispensable, puesto que sin él nadie podría desarrollar una vida equilibrada y productiva. Sin su existencia, la gestión del bienestar humano no sería posible, porque el entendimiento tendría que formarse para cada acto de la vida cotidiana. Y eso es imposible. Si ya es complejo formar competencias para un médico o un ingeniero, cuánto más para que una persona sea básicamente competente en todos los actos de su vida.
Puede decirse que el sentido común se forma de alguna manera, pero es más útil saber que se “desarrolla” desde temprano en la vida de las personas, y permanece con ellas hasta el final.
Ahora bien, y aquí está el drama, el sentido común es universal, sin embargo no todos lo ejercitan. En realidad, pocos lo activan y posicionan como faro de las decisiones que toman en su vida.
Escasas personas se fundamentan en él para entender los fenómenos de la existencia y orientar su conducta. La mayoría se guía por cualquier otra cosa: la razón colectiva, el entendimiento “técnico” de las cosas, la racionalidad impoluta e incluso la “sabiduría”.
Bien se dice, por eso, que “el sentido común es el menos común de los sentidos”.
Y es correcto, es “el menos común de los sentidos”. Porque ciertamente está sofocado por ése paradigma de la complejidad bajo el que vive el mundo moderno. ¿Quién confía hoy en la inocente y casi ingenua sencillez de su sentido común? Lo simple parece sospechoso, mucho más si los problemas y la adversidad no se comprenden.
Finalmente, no importa mucho reconocer que ésa complejidad la crean las propias personas, justamente porque son escépticas respecto a todo lo que huela a “simplicidad”.
Esto puede parecer increíble, pero es lo más natural del mundo. Porque la vida en sí misma es simple, sencilla. Nunca ha sido diferente. Es la gente la que se complica. Como el sentido común emerge desde las zonas profundas de la naturaleza humana, y no desde la superficie de sus conductas, está completamente enlazada con la simplicidad.
¿Por qué la mayoría de las personas no utilizan su sentido común para juzgar sus situaciones cotidianas y decidir con acierto? Pues porque no confían en él. Poco crédito le otorgan a las respuestas sencillas, a las soluciones simples. Prefieren equivocarse accediendo a los recursos de la complejidad, que acertar recurriendo a una facultad tan elemental.
¡Todo puede resolverse acudiendo al sentido común, todo!
La más compleja de las fórmulas matemáticas se resuelve con sentido común, porque las matemáticas en sí son eso: sentido común. Situaciones angustiantes y de alto riesgo, condiciones emocionales intensas y relaciones personales difíciles, se resuelven con sentido común. No hay fronteras ni obstáculos para éste “hálito divino”.
Las personas que parecen “más inteligentes” que otras, hacen mayor uso de su sentido común, rara vez es otra cosa. Los genios siempre se fundamentan en él, y así se distinguen.
El conocimiento es algo diferente, y construirlo no tiene nada de malo. Si el sentido común se activa, el conocimiento lo nutre y refuerza, pero si aquel se ignora, en poco aprovecha toda la sabiduría del mundo. No hay ninguna autoridad intelectual o erudición que se precie si carece de sentido común.
Lo mismo pasa con la experiencia. Es un valioso recurso del entendimiento cuando se activa el sentido común. Pero si esto no sucede, se convierte en obstáculo y pretexto para la inacción.
Solo con sentido común, el conocimiento y la experiencia juegan a favor. Sin él pierden el vehículo que les facilita el movimiento y deben arrastrarse con carga pesada.
La persona que no activa su sentido común para todo suceso que demande juicio y decisión en su vida cotidiana, es como aquel que estando en un cuarto a oscuras y con el interruptor de luz al alcance de la mano, opta por salir hasta el lugar donde se encuentra el tablero de fusibles para conectar la corriente. Pudiendo alargar el brazo para tener claridad, prefiere encarar los riesgos que trae la oscuridad.
¿Cómo se activa el sentido común?
Eliminando “el ruido”. Nada más.
Las perturbaciones para el sentido común están siempre allí, como la música de fondo que no puede escucharse por los sonidos que la interfieren, como la corriente de agua que se tranca por los obstáculos que se le colocan al frente.
Si se anula “el ruido” y se quitan los obstáculos, el sentido común emerge.
La persona que rinde culto a su sentido común es un escéptico irreductible. Siempre rebelde y desconfiado, pero de sana intención y respetuoso. No se adhiere de buenas a primeras al sentir general, a la sabiduría popular o al consenso. Sale de los moldes para establecer juicio propio, fundamentado en “ésa” razón que anida en su naturaleza.
Al actuar así, todo “el ruido” le sirve para identificar mejor la música y enriquecer la melodía, que es lo mismo que pasa cuando uno se enfoca en escuchar la música de fondo.
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