Por Carlos Nava Condarco
Mantenerse ocupado sólo con el propósito de sentirse bien (o no sentirse mal, que es distinto), no tiene nada que ver con un criterio de productividad. Tampoco con la lógica de “aprovechar positivamente” el tiempo o combatir la pereza.
La productividad es siempre una consecuencia de enfoque y propósito. Una dinámica de acciones que busca un determinado fin. No es, de ninguna manera, la acumulación inercial de tareas, y mucho menos el “aprovechamiento inteligente” del tiempo.
De la misma forma que el afán no es una muestra de diligencia, mantenerse ocupado no significa que se esté invirtiendo bien el tiempo.
Las personas productivas ocupan el tiempo con propósito. Esta es la clave. Tienen objetivos específicos para sus acciones, unos cuyo cumplimiento conduce a otros, estos a otros mayores y así sucesivamente.
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Por otra parte, para las personas productivas, la lógica de estar “ocupado” se aplica específicamente a las actividades de trabajo, o como dirían los antiguos romanos, al tiempo de Negocio, es decir el de no-ocio. Y ésta es otra cosa que la mayoría desconoce: el sentido y alcance del concepto de “negocio”, que en ningún caso está vinculado solo a dinámicas empresariales o comerciales.
La palabra negocio proviene del término latín negotium, que esencialmente quiere decir “toda actividad que genera algún tipo de utilidad, interés o provecho para quien la practica”. Por eso los romanos usaban la palabra para referirse a actividades opuestas al ocio, es decir, ésas en las que se busca y espera un beneficio concreto.
Dirán algunos que bajo esta lógica el ocio mismo genera “algún tipo de utilidad o provecho” y así, también es un negocio. Y es verdad, con la pequeña salvedad de que el ocio es un fin en sí mismo y no necesariamente el producto de algún tipo de proceso. Por ello las actividades de ocio no están asociadas a ningún criterio de productividad.
Ahora bien, que existan y deban cumplirse tareas de negocio no quiere decir que se reprima o anule el ocio. O que se “ocupe” el tiempo para lo primero solamente con la idea de que se está siendo “productivo”.
En la vida de cada quién hay un tiempo de “negocio” y otro de “ocio”. Ambos son indispensables e involucran acciones, pero sólo en las primeras corresponde ser “productivo”.
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Quién se mantiene ocupado solo para “sentirse bien” es mejor que se oriente a disfrutar y aprovechar del tiempo de ocio. Esto le representará mayor beneficio que una “productividad de utilería”.
Es de personas serias y responsables llevar bien el trabajo, pero solo de muy inteligentes disfrutar el ocio.
Si las labores de negocio no se llevan bien, entonces tampoco las del ocio. Y viceversa. El equilibrio es indispensable en la vida. Si las actividades de trabajo no rinden, entonces tiene que reducirse el tiempo de ocio. Y si esto sucede, baja la calidad y la productividad en el trabajo.
Esta lógica no tiene nada que ver con estar ocupado o desocupado. No se trata de sentirse bien o mal cuando se le “engaña” algo de tiempo a las actividades de negocio para coquetear con el ocio, o a estas últimas para “sentir” que se está haciendo algo productivo.
Esmero en el trabajo y esmero en el ocio. Esto es lo que corresponde. Si se es bueno en uno y no en el otro, el fracaso está garantizado, más temprano que tarde.
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Cuando se trata de trabajar o hacer negocios en serio, debe existir enfoque y propósito, todo lo demás es divagación y azar. Y a no olvidar que no se trata de “trabajar a lo bruto”, porque en general, mejor trabaja quién consigue más con el menor esfuerzo, es decir, quién ocupa inteligentemente recursos y tiempo.
Porque en última instancia el objetivo mayor de tener una función o cometido (es decir estar ocupado), es precisamente desocuparse. Sólo en este punto podrá entenderse que lo primero se ha cumplido, ¿no es así? Ahora bien, si estar desocupado “no lo hace sentir bien”, entonces pierde valor todo intento de ser productivo.
Fueron sabios los romanos en la construcción de estas palabras y conceptos, porque ciertamente es una cosa negocio y otra el ocio. El abordaje de los intereses de uno no puede realizarse con acciones que se corresponden con el otro.
Es posible, e incluso deseable, que el trabajo resulte placentero y divertido, o que el ocio dé origen a ciertas acciones rentables. Pero no se deben mezclar los criterios. La persona básicamente inteligente (no se diga productiva), distingue nítidamente los estados de trabajo y ocio, los de ocupación y descanso.
Por muy divertido que sea el trabajo es finalmente solo eso: trabajo. Y no puede vincularse a descanso y desocupación. De ninguna manera. Negocio es negocio y ocio es ocio.
El hecho de mantenerse ocupado para sentirse bien involucra un desconocimiento de las artes del ocio, y como tal, constituye un problema para las actividades de negocio. Quién no sabe desocuparse tampoco sabe cómo ocuparse. Quién no tiene alto aprecio por el descanso, no es nunca productivo.
Si bien es cierto que el éxito es un estado que cada persona evalúa con su propio rasero, seguramente es uno en el que se disfruta por igual del trabajo y el ocio. Esa es la simbiosis que da forma a un estado exitoso. Esa es la homeostasis que proporciona paz y gozo en la vida.
Herman Melville, el famoso autor de la novela Moby Dick, se expresa así por medio de uno de sus personajes: “Hablan de dignidad en el trabajo. Bah. La dignidad está en el ocio”.
Solo cuando se entiende que el descanso y la desocupación le dan sentido al trabajo, se alcanza la situación de ”hacerse valer como persona, comportándose con responsabilidad, seriedad y respeto hacia uno mismo y los demás, evitando ser humillado y degradado”. Y esto es dignidad.
¿Se mantiene ocupado para sentirse bien? Revise entonces estas dos afirmaciones a fondo:
1.- No está cumpliendo bien con sus obligaciones de trabajo.
2.- Desconoce el valor del ocio y el descanso.
Y la combinación de estos dos elementos es un camino despejado, amplio y luminoso, hacia el fracaso.
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