Por Carlos Nava
La administración de energía es un estado cualitativamente superior al que establece la administración del tiempo.
En una vieja película sin color se ve un hombre desesperado tratando de salir de un banco de arena movediza. Mientras más pelea, más se hunde, hasta que las fuerzas lo abandonan y se ahoga. Aparece alguien que con mucha calma le dice a la niña que lo acompaña: “cuando se cae en esos pozos de arena, no tiene sentido pelear para salir, todos los esfuerzos solo consiguen hundirte más. Se debe mantener la calma, respirar sin prisa y hacer movimientos lentos hasta que llegue ayuda. En estos casos los brazos y las piernas no sirven, solo la mente ayuda a salir”.
La desesperación es mala compañía. Porque en tanto permite que dosis importantes de energía se concentren en ciertas tareas, también desgasta rápidamente a las personas. Anula el raciocinio y la capacidad de apreciar las cosas en su verdadera dimensión. Los actos desesperados tienen resultados desafortunados.
Uno de los efectos más nocivos que provocan es el desgaste acelerado de energía.
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Las personas necesitan energía para pensar y actuar. Cuando ésta se reduce también disminuye la capacidad mental y física, al tiempo que se alteran los estados emocionales.
Por esto es necesaria la administración de energía.
El ser humano no es una suma de elementos mecánicos, y la restitución básica de energía no es un asunto físico. Hay condiciones biológicas que impiden la fácil restitución de fuerza y sentido para actuar.
La desesperación es un estado avanzado de inquietud e incertidumbre, por ello explica bien el uso de energía vital. Sin embargo no es el único caso. En el resto de los actos de la vida la administración de energía es también un factor central.
La vida en sí misma debe entenderse como una compleja estructura de energía, y la muerte física como una ausencia de ella (o al menos una profunda transformación).
La existencia reclama administración de energía ante las eventualidades que se presenten. Solo ello garantiza hacer el viaje por la vida lo más largo y placentero posible.
Los seres humanos no tienen capacidad ilimitada de uso de energía. Su maravilloso mecanismo biológico necesita recargas continuas y delicadas, tanto para el orden físico como para los procesos mentales y emocionales.
La calidad de vida es una función del equilibrio que se consiga alcanzar en la administración de energía vital. Y ésta tiene dos dimensiones: nutrición y aplicación. Es tan importante determinar cómo nutrir la energía como la forma de aplicarla para actuar en la vida.
De la fuente donde se nutre la energía vital de las personas.-
Es sensato afirmar que la nutrición tiene mayor importancia que la forma en que se aplica la energía. El razonamiento está vinculado a un hecho elemental: el tiempo.
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Dicen que el tiempo finalmente cura y resuelve todo, y esto es verdad. Ante la prueba del tiempo todo termina por ser circunstancial e irrelevante. A la larga, cualquier problema, crisis o situación difícil, desaparece. Bien bajo el manto anestésico del olvido, el efecto de alguna prevención o el remedio.
En tanto la administración de energía esté alineada con el tiempo, las circunstancias adversas desaparecerán, más tarde o más temprano. Si las fuentes que nutren energía tienen buen caudal, pueden sobrellevar el desgaste y alcanzar ésa línea de tiempo que trae las soluciones.
¿Cuál es la fuente de poder a la que está vinculada la nutrición de la energía vital de las personas?
A inicios del siglo XX las primeras naves submarinas inventadas por el hombre tenían una capacidad reducida para mantenerse sumergidas bajo el agua. Dependían de baterías eléctricas que poseían corto tiempo de uso. Las naves estaban obligadas a emerger a la superficie para recargar sus baterías, y allí podían ser observadas por el enemigo. El potencial de estas máquinas se veía reducido por la pobreza de sus fuentes de energía.
A medida que mejoró la tecnología, también lo hizo ésta capacidad, hasta el punto que a finales de siglo el submarino se volvió el arma más letal que se hubiera inventado. Puede permanecer bajo el agua largos periodos de tiempo, limitado solo por la necesidad de reabastecerse de alimentos. Sus motores, propulsados por energía nuclear, sustituyeron las precarias baterías eléctricas.
El hombre se parece mucho a esas naves submarinas. Cuando navega en superficie y en condiciones apropiadas alcanza buena velocidad y se dirige sin problema a sus objetivos. Pero cuando se presentan inconvenientes está obligado a “sumergirse” y encarar la batalla desde las “profundidades”. Acá cobran importancia las fuentes que nutren su energía, y la forma en que se aplica hasta que se pueda “emerger”.
Las fuentes de energía están definidas fundamentalmente por los sistemas de creencias.
De allí emerge la fuerza que direcciona los actos en la vida. En tanto más sólidas y profundas estas creencias, más poder generan.
Hay, en un extremo, personas que no creen ni en sí mismas, y en otro los que han elaborado estructuras sólidas de creencias. Luego, es fácil deducir las diferencias de un caso y otro, los logros de personas que poco o nada creen y los que se fundamentan en convicciones sólidas.
Los sistemas de creencias no tienen en este caso un sentido moral.
Esto último califica las creencias en tanto el “fruto” o “producto” que proviene de la acción, pero a título de “fuerza o poder” es un elemento neutro. La administración de energía está relacionada primero con la densidad de la estructura de creencias y luego con el carácter moral que éstas tengan.
Es cierto que todo sistema de creencias interactúa con un sistema paralelo de valores, pero el impulso primario de la energía está definido por el creer.
Si acudimos nuevamente al ejemplo de las naves submarinas y sus fuentes de energía, nada diferencia a una sumergida con la intención de destruir una ciudad de otra idéntica con intenciones distintas. Ambas tienen el mismo poder.
En el tema de administración de energía, el CREER va delante del QUÉ CREO.
Luego se evaluarán los resultados que pueden existir por efecto del “qué creo”. Por ahora es suficiente establecer la diferencia en el poder de estructuras densas y estructuras ligeras de creencias.
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En sus sistemas de creencias las personas establecen posibilidades, capacidades, alcances, potencialidades, etc. Todos estos factores están clasificados de acuerdo a lo que se cree, y existen diferencias entre ellos. Algunas personas creen posible lo que otras no. Unas creen en su capacidad y otras no lo hacen.
Y como la administración de energía está asociada al “poder”, las estructuras de creencias de factor positivo alcanzan mayor dinámica. No tendrá el mismo valor “energético” una estructura de creencias basada en imposibilidades que la opuesta. O una que se fundamenta en la convicción de la capacidad propia y otra en la duda.
La energía positiva emerge de las creencias positivas. La energía negativa (que en ése sentido está lejos del concepto de poder) tiene raíces en las creencias negativas.
Creer en el “SI se puede” o en el “YO sí puedo” es parámetro de medida de todo caudal de energía personal.
Si la vertiente de las creencias es profunda, el volumen de energía permite alcanzar metas distantes y superar obstáculos grandes.
Los factores del entorno y los aspectos circunstanciales cuentan menos que el sistema de creencias cuando se trata de evaluar desempeños: logros y fracasos. Son mayores los casos de personas que han alcanzado objetivos o superado tropiezos a pesar de las adversidades del entorno, que aquellas que fracasan a pesar de tener todo a su favor.
Si esto no fuese así no existirían las conquistas sobre las que reposa la civilización. Si las naves del progreso solo hubieran podido movilizarse con vientos favorables, el mundo estaría como hace 1500 años.
El hombre tuvo la energía necesaria para mejorar su calidad de vida porque creyó en su capacidad y posibilidades.
CREER es poder simplemente porque CREER genera energía. Y la energía lo activa todo. Mientras más sólidas y profundas las creencias, más poder.
En la práctica, la duda es el factor más nocivo para el flujo de energía.
La duda corroe el sistema desde la cúspide (allí donde se genera la acción) hasta la base (donde se encuentra el sistema de creencias). El proceso que genera la duda se inicia en la acción y puede llegar hasta los fundamentos.
La duda es un acto natural y puede ser provechosa si se utiliza como elemento regulador y de retroalimentación para la acción. Así incluso refuerza el sistema de creencias, evita errores y desgaste innecesario de energía. Sin embargo son más frecuentes los casos en que la duda provoca parálisis. Cuando no se resuelve somete a juicio la creencia y genera un flujo debilitante de energía negativa.
Lo único que no debe hacerse con la duda es dejarla sin resolución: se corrige la acción, se toma otra o se anula el acto.
Ahora bien, cuando la duda se repite con frecuencia debería conducir a una sana revisión de las creencias. Esta es una forma inteligente de administrar la energía.
Ningún sistema de creencias debe estar escrito en piedra. Su solidez y alcance debe ser consecuencia de haber podido trascender dudas y cuestionamientos. Lo contrario es fanatismo, y no sirve para la administración de energía.
En este punto es importante la relación que los sistemas de creencias tienen con el valor moral de las ideas y los conceptos sobre los que están construidos. Si estos valores están alineados con el entendimiento universal de lo correcto, lo permisible y el derecho general, tienen una carga positiva que se refuerza y potencia en la acción y ante la propia duda.
El carácter del hombre como una entidad eminentemente social lo “obliga” con los demás. Por ello los sistemas de creencias no pueden fundamentarse en sí mismos y volverse impermeables a las influencias de su entorno.
En esto juega, y mucho, la administración de energía.
Todas las personas tienen sus propios sistemas de creencias y se desenvuelven en sus circuitos de energía. Cuando hay interacción, se producen intercambios que pueden terminar por enriquecer las energías propias o empobrecerlas.
Un sistema de creencias que colisiona con otros pierde rápidamente energía y se debilita. Por otra parte, cuando la interacción es favorable, la energía propia se potencia con la de los demás. De aquí la evaluación de energías positivas y negativas, y su vinculación al virtuosismo de los sistemas de creencias.
La energía positiva se impone sobre la negativa solo en función del virtuosismo de su sistema de creencias. Es decir, el entendimiento “universal” de lo correcto, lo permisible y el derecho de los demás. Esto quiere decir que acciones que se fundamenten en creencias perversas no tienen probabilidades importantes de prevalecer.
Diferente es el caso de los sistemas positivos de creencias que tienen que desenvolverse “contra corriente”.
La historia humana es rica en experiencias de personas que creyeron en algo que nadie más compartía e hicieron prevalecer su visión a pesar de toda la energía contraria. Esto es prueba del virtuosismo de los sistemas de creencias. Por otra parte, bien hace quien protege y conserva las energías propias evitando el contacto o la interacción con fuentes de energía negativa.
De la forma en la que debe aplicarse la energía para su buena administración.-
La aplicación de energía tiene un contenido más práctico que la relacionada a la nutrición, pero no por ello de menos importancia.
El más sólido de los sistemas de creencias puede colapsar ante el desgaste incontrolado de energía.
El ser humano es un mecanismo biológico delicado. Carece de la capacidad de llevar adelante acciones por tiempo indeterminado. Precisa manejar el tiempo a su favor y necesita reposo. Ambas cosas están sujetas a su raciocinio, elemento rector de la aplicación de energía.
Si las fuentes de nutrición de energía, o los sistemas de creencias, se inscriben en las profundidades del alma, la aplicación es un desafío para el intelecto.
La energía debe dosificarse siempre en su aplicación. Más allá que esté siendo usada de manera eficiente. El uso de energía focalizada o dispersa precisa racionamiento. Y la forma más sencilla de conseguir esto es por medio de la pausa.
La pausa es un corte temporal en los circuitos de aplicación de energía. Un corte que despeja el sistema y evita su saturación.
La pausa permite recargar energía y ayuda en la evaluación y corrección de la acción donde está aplicada. La pausa es una suspensión transitoria de la acción. Permite que la aplicación de energía sea uniforme, sostenida y más eficaz.
Las personas que no dosifican bien sus energías no son eficaces para alcanzar sus objetivos. Tienen “destellos” y luego reducen impulso y ritmo. Esto conduce a pausas forzadas, ésas que se producen porque “salta un fusible” para conservar la salud del sistema.
Cuando se activa la pausa se consigue que todo el sistema ingrese en mantenimiento.
Esto es algo que la mayor parte de la gente toma a menos, a pesar que es una lógica que se aplica hasta en la más elemental de las máquinas. La dosificación de energía sirve para que todos los elementos relacionados con el desenvolvimiento corporal, mental y emocional mantengan salud y rendimiento equilibrado en el tiempo.
La forma de la pausa depende de cada persona.
Algunas simplemente detienen todas las funciones de alerta. Otras evitan niveles importantes de concentración o cambian sus focos de atención.
Lo recomendable es ahorrar cualquier gasto innecesario de energía, sea ésta física, mental o emocional. Poner en práctica una pausa total en la aplicación de energía es mejor que redireccionarla. No debe confundirse el relajamiento o la distensión con la pausa. Y tampoco debe entenderse que el consumo o aplicación de energía esté relacionada solamente al trabajo. De todo esto se trata la administración de energía.
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Las actividades físicas, mentales y emocionales que no corresponden con las labores profesionales también consumen energía y requieren importantes niveles de concentración y esfuerzo.
La aplicación de energía está distribuida en labores profesionales y otras: atención a la familia, al círculo social, actividad deportiva, pasatiempos, etc. Si bien este “mix” contribuye al equilibrio, igualmente consume energía. Por ello la pausa podría aplicarse mejor tomando una siesta que utilizando el tiempo para hacer deporte o atender a la familia.
No es que exista uso “sano” de energía o uso “insano”. Existe simplemente uso y desgaste: físico, mental y emocional.
La pausa rinde mejor con actividades que no demandan gran fuerza motriz. Caminar en la naturaleza, escuchar música, cantar, respirar, reír. Abrazar a alguien, meditar, orar, estar cerca de animales, tomar un baño caliente, rodearse de cosas hermosas, leer, etc.
Muchas de estas “actividades” también se enlazan con la estructura de creencias y contribuyen al circuito desde la base. Aunque poco valoradas, son actividades esenciales para el mantenimiento de la salud del sistema.
La cultura popular dicta que de cierto número de días de trabajo “alguno debe dedicarse al descanso”, o a la seductora idea de no hacer nada. Pero esta no es la versión virtuosa de la pausa. Es sólo un eslabón “de menor carga” en el circuito de aplicación de energía. Y no contribuye igual al mantenimiento del sistema.
La pausa debe ser ejercitada continuamente a lo largo de todo el proceso de aplicación de energía. En todo el ciclo, y no solo después de cierto tiempo “formal” de desgaste.
La pausa no es un referente de día Domingo. Es algo a incluirse en los siete días de la semana, en las entrañas del ciclo rutinario.
Probablemente la forma más apropiada para entender no sólo la necesidad de la pausa sino también el momento en que debe aplicarse pueda hacerse con algunas preguntas sencillas:
¿Cuál es el mejor momento para abrazar a alguien o cuantas veces hay que hacerlo? ¿Cuándo corresponde escuchar música o reír? ¿Cuál es el mejor momento para internarse en la naturaleza o rodearse de cosas bellas? ¿Y cuál es el momento oportuno para respirar profundamente y “flotar”? Si para estas cosas no existen límites de tiempo o espacio, tampoco para la pausa.
Este breve discernimiento sobre la administración de energía termina en los márgenes que contienen las cosas más básicas y sencillas:
- Por otra parte, el uso eficiente de energía está calificado por la pausa. La misma que puede explicarse en el imperativo de no olvidar la importancia de un abrazo, una sonrisa, un paseo en el campo o una canción. Todo esto también se encuentra al alcance de cualquiera.
- Por una parte, no hay fuente de energía más poderosa que una densa estructura de creencias. Y éstas no le están privadas a nadie, cualquiera que sea su condición económica o social.
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